24 junio, 2011

Humanisme i democràcia

JORDI LLOVET 23/06/2011
Martha C. Nussbaum és una dona de notable intel.ligència —encara que allò notable, avui, és que hi hagi persones intel.ligents, amb total independència del gènere a què pertanyen— que ha fet una obra entre acadèmica i divulgativa d'un gran interès. Gràcies a la seva formació en llengües i cultura clàssica ha escrit llibres molt documentats sobre el món antic, com l'estudi sobre el De motu animalium d'Aristòtil, de 1978, o The Fragility of GoodnessLuck and Ethics in Greek Tragedy and Philosophy, de 1986; gràcies als seus vastíssims coneixements de teoria política ha escrit diversos llibres de qualitat sobre aquesta matèria; i a causa del prestigi de les emocions que escau a un país, els Estats Units, en què les emocions es reprimeixen, ha escrit, darrerament, dos o tres llibres fonamentats sobre el desig, l'amor, la causa femenina i la intel.ligència emocional: els primers em semblen força superiors. Armada, com Pal.las Atena, amb saviesa i aquest estri llancívol que significa la feminitat davant un món encara governat especialment per mascles, Nussbaum s'ha convertit en una de les veus més autoritzades i contundents de la intel.lectualitat nord-americana dels últims dos decennis.
Quan ja la vèiem lliscar pel camí de llibres massa proclius a les qüestions que són moda —així ha passat en el món acadèmic nord-americà amb els cultural studies, després amb la gramatologia derridiana, més tard amb la semiologia i finalment amb la psicoanàlisi que Julia Kristeva ha escampat des de la seva posició privilegiada a Columbia University—, Martha Nussbaum ens ofereix un llibre en què aborda altra vegada qüestions arrelades en el pensament clàssic, en la filosofia antiga de l'educació, en l'essència de la democràcia i, ras i curt, en la preocupació que agafa qualsevol persona, al món occidental, quan percep l'estat de ruïna en què ha caigut l'educació pública i privada als últims vint o trenta anys: Sense ànim de lucre, magnífica traducció de Dolors Udina, Barcelona, Arcàdia, 2011.
Les tesis del llibre no podien resultar-nos més familiars, i resulten enormement oportunes en el moment en què una part de la ciutadania clama per una reforma a fons de la vida democràtica a les societats dels països més desenvolupats. La tendència a formar persones molt ben preparades en camps molt limitats del saber, del coneixement o de les habilitats, ha fet que surtin de les escoles i de les universitats, més com més va, personetes amb un cabal d'idees i de sabers enormement prims. L'antiga idea aristotèlica segons la qual l'educació ha de proposar-se, bàsicament, el progrés del coneixement, una bona preparació per a la justa observació d'un codi de conducta social, moral i religiosa, i l'ensinistrament per a desenvolupar tasques professionals qualificades, aquesta idea, dèiem, ha derivat cap a la cura obsessiva de la tercera premissa, en detriment de les altres dues, especialment de la segona: convertir els escolars i els estudiants universitaris en homes i dones preparats per assumir un lloc responsable en la construcció de la democràcia en qualsevol país que en tingui.
La seva advocació per "produir una cultura de la discrepància individual" resulta avui d'una actualitat molt òbvia: les nostres democràcies viuen més del consens generat per una opinió comuna sense capacitat de discerniment que de l'assaonada aptitud per articular idees —tot escrivint-les sense faltes d'ortografia, si és possible, cosa que els nostres exàmens de selectivitat comencen a passar per alt, amb preocupant indiferència—, i la preparació dels estudiants, al nivell que sigui, està més amoïnada per proveir els discents d'abilities que d'oferir-los saber, coneixement, solvència crítica i consciència política de qualitat.
Igual que podria haver-ho escrit un o altre autor d'un o altre país del món civilitzat, el menyspreu de les humanitats no farà altra cosa, segons l'autora, que donar arguments de pes —de fet, ingràvids— perquè els governs, les finances i el mercat continuïn perpetrant les malifetes que sabem.

21 junio, 2011

Esperar trescientos años

ENRIQUE VILA-MATAS 21/06/2011 El País
En el avión de regreso de Dublín, sustituyo las noticias de la prensa por las ideas de Flaubert (Razones y osadías, selección y prólogo de Jordi Llovet) y confirmo la capacidad de percepción de lo que estaba por venir que gobernó al autor de Bouvard et Pecuchet: "Lo que más me asombra es la feroz estupidez de los hombres. Estoy harto de tantos horrores y convencido de que estamos entrando en una época repugnante en la que no habrá lugar para la gente como nosotros. La gente será utilitarista y militar, ahorradora, mezquina, pusilánime, abyecta".
Esto lo escribió hace siglo y medio y creo que se quedó corto y que se llevaría un sobresalto si viera cómo es la gente ahora. En nuestras masas, por ejemplo, hay un lógico nivel de dudosa claridad intelectual, porque las masas, por definición, son número, son aglomeración. Pero si el vulgo no tiene claridad, menos aún parecen tenerla las clases dirigentes. Cuando se habla de la ignorancia de las masas, se habla en términos injustos e incompletos, porque a quien sería más urgente educar es a los poderosos. "Conclusión: hay que ilustrar a las clases ilustradas. Empezad por la cabeza, que es la parte más enferma; el resto seguirá", escribió Flaubert.
A los poderosos, al tiempo que se les educa, habría que recordarles que leer nos abre a un mundo ancho, es atreverse incluso con el sosegado Spencer, que proponía la abolición del Estado. Hasta no hace mucho, en los días en los que me dedicaba a buscar soluciones para el mundo, me lamentaba de que nuestros dirigentes estuvieran tan pérfidamente interesados en mantener a sus súbditos en un estado de absoluta ignorancia. Pero con el tiempo he comprendido que muchos de esos dirigentes carecen de las más elementales lecturas y sabiduría y ni siquiera son estrategas de la ignorancia de las masas y hoy en día solo son fracasados hombres de negocios, dominados por los famosos mercados; son los mismos que dejan que el mundo se hunda como una barca podrida y que la salvación del espíritu acabe pareciendo quimérica incluso a los más fuertes.
Encapsulado en mi espacio mínimo del avión, caigo en la cuenta de que lo peor del presente es el futuro. Ahí abajo me espera el mundo con su feroz estupidez y horrores y voy preguntándome qué sucederá el día en que, tal como resulta cada día más previsible, el mundo se convierta en algo frío y descarnado. ¿Y quién no percibe que ya se está volviendo así el mundo? Qué ocurrirá, creo recordar que se preguntaba Flaubert, el día en que la convivencia que alguna vez conocimos -que todos alguna vez hemos conocido- ya no exista. Y eso lo preguntaba cuando las cosas aún no tenían la extrema ferocidad actual. Pero ya entonces él deseaba apartarse. No creía en la felicidad, pero sí en la tranquilidad. Por eso, al final de su vida seguía la regla indeleble de apartarse de todo lo que le resultara enojoso.
Seguramente -me digo cuando busco soluciones- la tranquilidad es de los pocos derechos que aún podemos ejercer con calma, porque nos basta con no perder los nervios y cerrar los ojos y quedarnos con nosotros mismos y pensar, por ejemplo, en el tranquilo anarquismo de Spencer. Pero, bueno, quizás haríamos bien en no estar buscando tantas soluciones al mundo ni preocuparnos tanto y tanto por la verdad y sí, en cambio, buscar aquella verdad con la que, aun no siendo perfecta, al menos podamos vivir. Y es que quizás sea cierto que, como decía la vagabunda de la leyenda, todavía hay una gran diferencia entre tratar de sorber todo el océano o beber de los arroyos.
Le preguntaron un día a Borges si pensaba seriamente que el Estado que proponía Spencer era factible.
-Por supuesto. Pero eso sí, es cuestión de esperar doscientos o trescientos años.
-¿Y mientras tanto?
-Mientras tanto, jodernos.
Es duro, pero esta es una de esas verdades con la que precisamente podemos vivir.

05 junio, 2011

Jorge Luis Borges

Otro poema de los dones

Gracias quiero dar al divino Laberinto de los efectos y de las causas
Por la diversidad de las criaturas que forman este singular universo,
Por la razón, que no cesará de soñar con un plano del laberinto,
Por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,
Por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad,
Por el firme diamante y el agua suelta,
Por el álgebra, palacio de precisos cristales,
Por las místicas monedas de Ángel Silesio,
Por Schopenhauer, que acaso descifró el universo,
Por el fulgor del fuego,
Que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo,
Por la caoba, el cedro y el sándalo,
Por el pan y la sal,
Por el misterio de la rosa, que prodiga color y que no lo ve,
Por ciertas vísperas y días de 1955,
Por los duros troperos que en la llanura arrean los animales y el alba,
Por la mañana en Montevideo,
Por el arte de la amistad,
Por el último día de Sócrates,
Por las palabras que en un crepúsculo se dijeron de una cruz a otra cruz,
Por aquel sueño del Islam que abarcó mil noches y una noche,
Por aquel otro sueño del infierno,
De la torre del fuego que purifica
Y de las esferas gloriosas,
Por Swedenborg, que conversaba con los ángeles en las calles de Londres,
Por los ríos secretos e inmemoriales que convergen en mí,
Por el idioma que, hace siglos, hablé en Nortumbria,
Por la espada y el arpa de los sajones,
Por el mar, que es un desierto resplandeciente
Y una cifra de cosas que no sabemos
Y un epitafio de los vikings,
Por la música verbal de Inglaterra,
Por la música verbal de Alemania,
Por el oro, que relumbra en los versos,
Por el épico invierno,
Por el nombre de un libro que no he leído: Gesta Dei per Francos,
Por Verlaine, inocente como los pájaros,
Por el prisma de cristal y la pesa de bronce,
Por las rayas del tigre,
Por las altas torres de San Francisco y de la isla de Manhattan,
Por la mañana en Texas,
Por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral
Y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos,
Por Séneca y Lucano, de Córdoba
Que antes del español escribieron
Toda la literatura española,
Por el geométrico y bizarro ajedrez
Por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce,
Por el olor medicinal de los eucaliptos,
Por el lenguaje, que puede simular la sabiduría,
Por el olvido, que anula o modifica el pasado,
Por la costumbre, que nos repite y nos confirma como un espejo,
Por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio,
Por la noche, su tiniebla y su astronomía,
Por el valor y la felicidad de los otros,
Por la patria, sentida in los jazmines, o en una vieja espada,
Por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema,
Por el hecho de que el poema es inagotable
Y se confunde con la suma de las criaturas
Y no llegará jamás al último verso
Y varía según los hombres,
Por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos por morir tan despacio,
Por los minutos que preceden al sueño,
Por el sueño y la muerte, esos dos tesoros ocultos,
Por los íntimos dones que no enumero,
Por la música, misteriosa forma del tiempo.