31 octubre, 2011

Cita del día


Archivo:M-T-Cicero.jpg Son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros.



Marcus Tullius Cicero

22 octubre, 2011


The New York Times
October 20, 2011

Who You Are

By DAVID BROOKS
We are players in a game we don’t understand. Most of our own thinking is below awareness. Fifty years ago, people may have assumed we are captains of our own ships, but, in fact, our behavior is often aroused by context in ways we can’t see. Our biases frequently cause us to want the wrong things. Our perceptions and memories are slippery, especially about our own mental states. Our free will is bounded. We have much less control over ourselves than we thought.



«Somos jugadores en un juego que no entendemos. La mayoría de nuestros pensamientos no llegan a ser conscientes. Hace cincuenta años, la gente pudo haber asumido que somos los capitanes de nuestros propios barcos, pero, en realidad, nuestra conducta surge por el contexto de formas que no podemos ver. Nuestros prejuicios nos hacen querer con frecuencia las cosas incorrectas. Nuestras percepciones y recuerdos son resbaladizos, especialmente en lo que respecta a nuestros estados mentales. Nuestra libertad es limitada. Tenemos mucho menos control sobre nosotros mismos del que pensábamos.»

03 julio, 2011

El súbdito adulado

ANTONIO VALDECANTOS 21/06/2011
Hasta la víspera misma del día en que el Gobierno español llevó a cabo, en mayo de 2010, la completa mutación de su política económica y social, era frecuente hallar toda clase de proclamas, y hasta de teorías más o menos ambiciosas, sobre la condición deliberativa, reticular y acéfala de la vigente manera de gobernar y mandar.
Nos estábamos acercando a pasos agigantados, decía la propaganda oficial, a una forma política inédita en la que las decisiones no emanarían nunca de un único foco, sino que resultarían de una compleja interacción de agentes e iniciativas, gracias a la cual todos podrían ocupar alguna vez el centro de la escena (aunque por poco tiempo) y nadie sería capaz de monopolizarlo; un modo de gestionar lo público en el que cualquier decisión importante estaría sometida a procedimientos de participación, con preferencia electrónicos, gracias a los cuales los ciudadanos se pronunciarían, con un golpe de tecla y en tiempo real, sobre todos los asuntos de interés. Gozaríamos de una teledemocracia hiperparticipativa que sería el adecuado complemento de un teletrabajo apasionante, y todo ello sin necesidad de salir de casa, salvo para cambiar cosmopolitamente de residencia cada cierto tiempo. A lo anterior había de añadirse la conversión en derecho de cualquier objeto de deseo: que algo fuera comúnmente demandado -o, mejor aún, que perteneciese al programa de algún colectivo identitario- y que no estuviera reconocido como derecho subjetivo era toda una anomalía y un atropello de obligada reparación.
Lo anterior no se concebía como un ideal más o menos utópico, sino como algo que estaba a la vuelta de la esquina o que, de hecho, había comenzado ya. Las cadenas de la dominación política eran cosa del pasado (pues la soberanía se había diluido dichosamente en una red de gobernanzas múltiples) y otro tanto estaba a punto de ocurrir con la esclavitud laboral (el trabajo, no en vano, iba a parecerse cada vez más al ocio). Todo lo anterior, unido a una tierna y entrañable preocupación por lo que se llamaba "valores", daba como resultado una sociedad de ciudadanos, cuyos principios serían tan sistemáticos y nítidos que podrían enseñarse cómodamente en la escuela.
De pronto se advirtió que las cosas no iban a proseguir por tan apacible camino. Al parecer, faltaba dinero con que dar abasto al mantenimiento de ese modelo social, de manera que la marcha segura hacia la felicidad tendría que interrumpirse para proveer fondos y seguir después sin sobresaltos. Se había declarado lo que se llama una crisis, y en esas duras circunstancias hay que esperar a que las contrariedades se resuelvan para volver a gozar de las ventajas pasadas: un transitorio, aunque amargo, estado de excepción.
Sin embargo, esto último no parecía del todo cierto, porque la severidad de los acontecimientos obligó a dar por supuestas, como cosa natural, dos verdades un tanto incómodas. La primera fue que los ajustes económicos y sociales durarían para siempre y no serían revocados ni aun cuando la crisis terminase. Al contrario: se acentuarían progresivamente, porque una economía competitiva tiene que serlo cada vez más si no quiere hundirse: sobrevivir exige cambiar de vida y adaptarse a una existencia dinámica, hiperactiva y arriesgada, a un modelo de productividad quizá poco afín a las costumbres mediterráneas, pero del todo ineluctable. No se trataría de una situación de emergencia, como las constitucionalmente regladas, sino de aquello a lo que algún clásico del pensamiento se refirió como el estado de excepción convertido en regla. La segunda verdad fue que las decisiones cruciales no pueden tomarlas ya los ciudadanos ni sus Gobiernos, sino ciertos agentes económicos transnacionales, enigmáticamente llamados "los mercados", que conceden a Gobiernos y ciudadanos la capacidad de sancionar políticamente lo que ya está económicamente decidido. Merece la pena subrayar una consecuencia muy notable de los dos hechos anteriores: ni el uno ni el otro se pusieron de manifiesto como novedades, sino como algo que ya era cierto desde mucho antes, aunque no se hubiera sabido o querido reconocer. No es que a partir de la crisis fuese a ser mentira todo lo que habíamos creído, sino que ya lo era desde siempre (aunque hasta entonces había podido disimularse), y precisamente por haber actuado conforme a creencias falsas había pasado lo que había pasado.
Lo que resulta es que no éramos ciudadanos, sino súbditos a los que se adulaba con toda clase de zalamerías. Y no debería sorprender la mansedumbre con la que el súbdito adulado suele responder a los acontecimientos. Quien haya seguido de cerca, por ejemplo, la violenta adaptación de la Universidad pública al mercado ejecutada en los últimos años habrá visto que entre muchos estudiantes y entre casi todos los profesores ha calado muy hondo la servidumbre voluntaria más entusiasta. Igual que en la Universidad muy pocos han rechistado ante su desmantelamiento mercantil, también en la sociedad se impondrá sin grandes contratiempos el culto a la competitividad y a la innovación permanente. Pero lo que ahora se nos solicita no es, sin más, que nos olvidemos de todos los halagos pasados y aceptemos nuestra condición subalterna, sino que neguemos de palabra lo que admitimos de obra, que no reconozcamos que el orden democrático ha sido subvertido y que actuemos como si los verdaderos agentes políticos siguiéramos siendo nosotros. Es de capital importancia que, aunque en la práctica nada vaya a ser como antes, se mantenga una ideología consolatoria lo más parecida posible a la que nos tenía adormecidos.
Por desgracia, quizá el discurso predominante entre los indignados de estas semanas no desmienta del todo las anteriores expectativas. En gran medida, se trata de una protesta por la mala prestación de los servicios que se tenían contratados, y así se exigirá una solución como quien pide el libro de reclamaciones para demandar más eficiencia. El ciudadano advierte una violación de su derecho a no variar de hábitos de consumo, y reacciona de la manera en que había sido adiestrado: utilizando sus redes sociales y sacando todo el partido posible del Internet y del teléfono móvil ("mi teléfono es un arma", decía un indignado estos días de atrás). El acampado es un usuario modelo de las nuevas tecnologías, y el aumento de la indignación será un factor de recuperación económica si se sabe canalizar con inteligencia: "Indignaos y marcad" podría ser un eslogan perfecto en la temporada próxima para cualquier compañía de telecomunicaciones. Depuradas de algunos excesos doctrinales, las movilizaciones de estos días se tomarán probablemente como un elemento regenerador y un saludable acicate: una muestra, algo intemperante, pero positiva a la larga, del dinamismo de la sociedad civil y de la vitalidad de la juventud.
Puede que la agitación social en curso sea un magnífico placebo: aunque ya no somos ciudadanos (ni en verdad lo fuimos nunca), vamos a hacer como si todavía lo fuéramos (o como si lo hubiésemos sido siempre). Pero precisamente ese efecto es el que se necesitaba para restablecer la ideología del súbdito adulado: movilízate y comprueba que la sociedad en la que vives se hará eco de tus inquietudes. Hay un derecho que no te quitará nunca y que para mucha gente es el más valioso de todos: el derecho a ser parte del espectáculo.
El presente estado de crisis económica es en su esencia un hecho político o, mejor dicho, antipolítico: una ocasión máximamente afortunada para extender la lógica del mercado a la totalidad de la vida, sin dejar resquicio alguno fuera. Frente a ello, la única resistencia concebible estribaría en mostrar que no estamos dispuestos a vivir de ese modo. Pero tal declaración no sería cierta, porque la existencia hiperactiva, acelerada y trepidante, la gestión total de la vida y la esclavitud voluntaria tienen para el hombre moderno, como desde antiguo se sabe, un atractivo irresistible.

24 junio, 2011

Humanisme i democràcia

JORDI LLOVET 23/06/2011
Martha C. Nussbaum és una dona de notable intel.ligència —encara que allò notable, avui, és que hi hagi persones intel.ligents, amb total independència del gènere a què pertanyen— que ha fet una obra entre acadèmica i divulgativa d'un gran interès. Gràcies a la seva formació en llengües i cultura clàssica ha escrit llibres molt documentats sobre el món antic, com l'estudi sobre el De motu animalium d'Aristòtil, de 1978, o The Fragility of GoodnessLuck and Ethics in Greek Tragedy and Philosophy, de 1986; gràcies als seus vastíssims coneixements de teoria política ha escrit diversos llibres de qualitat sobre aquesta matèria; i a causa del prestigi de les emocions que escau a un país, els Estats Units, en què les emocions es reprimeixen, ha escrit, darrerament, dos o tres llibres fonamentats sobre el desig, l'amor, la causa femenina i la intel.ligència emocional: els primers em semblen força superiors. Armada, com Pal.las Atena, amb saviesa i aquest estri llancívol que significa la feminitat davant un món encara governat especialment per mascles, Nussbaum s'ha convertit en una de les veus més autoritzades i contundents de la intel.lectualitat nord-americana dels últims dos decennis.
Quan ja la vèiem lliscar pel camí de llibres massa proclius a les qüestions que són moda —així ha passat en el món acadèmic nord-americà amb els cultural studies, després amb la gramatologia derridiana, més tard amb la semiologia i finalment amb la psicoanàlisi que Julia Kristeva ha escampat des de la seva posició privilegiada a Columbia University—, Martha Nussbaum ens ofereix un llibre en què aborda altra vegada qüestions arrelades en el pensament clàssic, en la filosofia antiga de l'educació, en l'essència de la democràcia i, ras i curt, en la preocupació que agafa qualsevol persona, al món occidental, quan percep l'estat de ruïna en què ha caigut l'educació pública i privada als últims vint o trenta anys: Sense ànim de lucre, magnífica traducció de Dolors Udina, Barcelona, Arcàdia, 2011.
Les tesis del llibre no podien resultar-nos més familiars, i resulten enormement oportunes en el moment en què una part de la ciutadania clama per una reforma a fons de la vida democràtica a les societats dels països més desenvolupats. La tendència a formar persones molt ben preparades en camps molt limitats del saber, del coneixement o de les habilitats, ha fet que surtin de les escoles i de les universitats, més com més va, personetes amb un cabal d'idees i de sabers enormement prims. L'antiga idea aristotèlica segons la qual l'educació ha de proposar-se, bàsicament, el progrés del coneixement, una bona preparació per a la justa observació d'un codi de conducta social, moral i religiosa, i l'ensinistrament per a desenvolupar tasques professionals qualificades, aquesta idea, dèiem, ha derivat cap a la cura obsessiva de la tercera premissa, en detriment de les altres dues, especialment de la segona: convertir els escolars i els estudiants universitaris en homes i dones preparats per assumir un lloc responsable en la construcció de la democràcia en qualsevol país que en tingui.
La seva advocació per "produir una cultura de la discrepància individual" resulta avui d'una actualitat molt òbvia: les nostres democràcies viuen més del consens generat per una opinió comuna sense capacitat de discerniment que de l'assaonada aptitud per articular idees —tot escrivint-les sense faltes d'ortografia, si és possible, cosa que els nostres exàmens de selectivitat comencen a passar per alt, amb preocupant indiferència—, i la preparació dels estudiants, al nivell que sigui, està més amoïnada per proveir els discents d'abilities que d'oferir-los saber, coneixement, solvència crítica i consciència política de qualitat.
Igual que podria haver-ho escrit un o altre autor d'un o altre país del món civilitzat, el menyspreu de les humanitats no farà altra cosa, segons l'autora, que donar arguments de pes —de fet, ingràvids— perquè els governs, les finances i el mercat continuïn perpetrant les malifetes que sabem.

21 junio, 2011

Esperar trescientos años

ENRIQUE VILA-MATAS 21/06/2011 El País
En el avión de regreso de Dublín, sustituyo las noticias de la prensa por las ideas de Flaubert (Razones y osadías, selección y prólogo de Jordi Llovet) y confirmo la capacidad de percepción de lo que estaba por venir que gobernó al autor de Bouvard et Pecuchet: "Lo que más me asombra es la feroz estupidez de los hombres. Estoy harto de tantos horrores y convencido de que estamos entrando en una época repugnante en la que no habrá lugar para la gente como nosotros. La gente será utilitarista y militar, ahorradora, mezquina, pusilánime, abyecta".
Esto lo escribió hace siglo y medio y creo que se quedó corto y que se llevaría un sobresalto si viera cómo es la gente ahora. En nuestras masas, por ejemplo, hay un lógico nivel de dudosa claridad intelectual, porque las masas, por definición, son número, son aglomeración. Pero si el vulgo no tiene claridad, menos aún parecen tenerla las clases dirigentes. Cuando se habla de la ignorancia de las masas, se habla en términos injustos e incompletos, porque a quien sería más urgente educar es a los poderosos. "Conclusión: hay que ilustrar a las clases ilustradas. Empezad por la cabeza, que es la parte más enferma; el resto seguirá", escribió Flaubert.
A los poderosos, al tiempo que se les educa, habría que recordarles que leer nos abre a un mundo ancho, es atreverse incluso con el sosegado Spencer, que proponía la abolición del Estado. Hasta no hace mucho, en los días en los que me dedicaba a buscar soluciones para el mundo, me lamentaba de que nuestros dirigentes estuvieran tan pérfidamente interesados en mantener a sus súbditos en un estado de absoluta ignorancia. Pero con el tiempo he comprendido que muchos de esos dirigentes carecen de las más elementales lecturas y sabiduría y ni siquiera son estrategas de la ignorancia de las masas y hoy en día solo son fracasados hombres de negocios, dominados por los famosos mercados; son los mismos que dejan que el mundo se hunda como una barca podrida y que la salvación del espíritu acabe pareciendo quimérica incluso a los más fuertes.
Encapsulado en mi espacio mínimo del avión, caigo en la cuenta de que lo peor del presente es el futuro. Ahí abajo me espera el mundo con su feroz estupidez y horrores y voy preguntándome qué sucederá el día en que, tal como resulta cada día más previsible, el mundo se convierta en algo frío y descarnado. ¿Y quién no percibe que ya se está volviendo así el mundo? Qué ocurrirá, creo recordar que se preguntaba Flaubert, el día en que la convivencia que alguna vez conocimos -que todos alguna vez hemos conocido- ya no exista. Y eso lo preguntaba cuando las cosas aún no tenían la extrema ferocidad actual. Pero ya entonces él deseaba apartarse. No creía en la felicidad, pero sí en la tranquilidad. Por eso, al final de su vida seguía la regla indeleble de apartarse de todo lo que le resultara enojoso.
Seguramente -me digo cuando busco soluciones- la tranquilidad es de los pocos derechos que aún podemos ejercer con calma, porque nos basta con no perder los nervios y cerrar los ojos y quedarnos con nosotros mismos y pensar, por ejemplo, en el tranquilo anarquismo de Spencer. Pero, bueno, quizás haríamos bien en no estar buscando tantas soluciones al mundo ni preocuparnos tanto y tanto por la verdad y sí, en cambio, buscar aquella verdad con la que, aun no siendo perfecta, al menos podamos vivir. Y es que quizás sea cierto que, como decía la vagabunda de la leyenda, todavía hay una gran diferencia entre tratar de sorber todo el océano o beber de los arroyos.
Le preguntaron un día a Borges si pensaba seriamente que el Estado que proponía Spencer era factible.
-Por supuesto. Pero eso sí, es cuestión de esperar doscientos o trescientos años.
-¿Y mientras tanto?
-Mientras tanto, jodernos.
Es duro, pero esta es una de esas verdades con la que precisamente podemos vivir.

05 junio, 2011

Jorge Luis Borges

Otro poema de los dones

Gracias quiero dar al divino Laberinto de los efectos y de las causas
Por la diversidad de las criaturas que forman este singular universo,
Por la razón, que no cesará de soñar con un plano del laberinto,
Por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,
Por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad,
Por el firme diamante y el agua suelta,
Por el álgebra, palacio de precisos cristales,
Por las místicas monedas de Ángel Silesio,
Por Schopenhauer, que acaso descifró el universo,
Por el fulgor del fuego,
Que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo,
Por la caoba, el cedro y el sándalo,
Por el pan y la sal,
Por el misterio de la rosa, que prodiga color y que no lo ve,
Por ciertas vísperas y días de 1955,
Por los duros troperos que en la llanura arrean los animales y el alba,
Por la mañana en Montevideo,
Por el arte de la amistad,
Por el último día de Sócrates,
Por las palabras que en un crepúsculo se dijeron de una cruz a otra cruz,
Por aquel sueño del Islam que abarcó mil noches y una noche,
Por aquel otro sueño del infierno,
De la torre del fuego que purifica
Y de las esferas gloriosas,
Por Swedenborg, que conversaba con los ángeles en las calles de Londres,
Por los ríos secretos e inmemoriales que convergen en mí,
Por el idioma que, hace siglos, hablé en Nortumbria,
Por la espada y el arpa de los sajones,
Por el mar, que es un desierto resplandeciente
Y una cifra de cosas que no sabemos
Y un epitafio de los vikings,
Por la música verbal de Inglaterra,
Por la música verbal de Alemania,
Por el oro, que relumbra en los versos,
Por el épico invierno,
Por el nombre de un libro que no he leído: Gesta Dei per Francos,
Por Verlaine, inocente como los pájaros,
Por el prisma de cristal y la pesa de bronce,
Por las rayas del tigre,
Por las altas torres de San Francisco y de la isla de Manhattan,
Por la mañana en Texas,
Por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral
Y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos,
Por Séneca y Lucano, de Córdoba
Que antes del español escribieron
Toda la literatura española,
Por el geométrico y bizarro ajedrez
Por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce,
Por el olor medicinal de los eucaliptos,
Por el lenguaje, que puede simular la sabiduría,
Por el olvido, que anula o modifica el pasado,
Por la costumbre, que nos repite y nos confirma como un espejo,
Por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio,
Por la noche, su tiniebla y su astronomía,
Por el valor y la felicidad de los otros,
Por la patria, sentida in los jazmines, o en una vieja espada,
Por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema,
Por el hecho de que el poema es inagotable
Y se confunde con la suma de las criaturas
Y no llegará jamás al último verso
Y varía según los hombres,
Por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos por morir tan despacio,
Por los minutos que preceden al sueño,
Por el sueño y la muerte, esos dos tesoros ocultos,
Por los íntimos dones que no enumero,
Por la música, misteriosa forma del tiempo.